Federico Hernández
Siempre se anuncian con bombo y platillo las inversiones extranjeras directas que llegan a nuestro territorio, resaltando sus “bondades”, principalmente en lo que a generación de empleos se refiere. Y no es que, en general, creamos que sea mala la inversión de capital foráneo para instalar plantas productivas en nuestro territorio; tampoco negaremos el hecho de que generan empleos. Pero debemos decir que, muchas veces, sus apologistas exageran y magnifican las “bondades” del capital foráneo sin señalar sus aspectos negativos y limitaciones. Y, por otro lado, nada se menciona de la inversión pública, es decir, de aquella que debe realizar el Gobierno federal. Esta reflexión viene a cuento debido a las declaraciones hechas por el presidente de la república y el gobernador del estado de San Luis Potosí acerca de la instalación de una nueva planta de la automotriz alemana BMW para fabricación de automóviles eléctricos en la entidad con una inversión de 865 millones de dólares.
Comencemos destacando la lista de “beneficios” que llegan al país con la inversión extranjera, esto según el portal de la Secretaría de Economía: “permite aumentar la generación de empleo, incrementar el desarrollo y la captación de divisas, estimular la competencia, incentivar la transferencia de nuevas tecnologías e impulsar las exportaciones”. A continuación veamos qué dijo el gobernador del estado, Ricardo Gallardo Cardona, ante la llegada de la nueva planta automotriz alemana: “…destacó este hecho histórico, con lo cual se reafirma la recuperación y crecimiento económico del Estado que impulsa el gobierno del cambio…” (El Sol de San Luis, viernes 3 de febrero) ¿Debemos creernos a pie juntillas todo esto que se dice de la inversión extranjera directa? ¿Debemos creernos sus efectos casi milagrosos sobre la economía? Yo creo sinceramente que no, que es necesario poner las cosas en sus justos términos a fin de que los trabajadores no seamos víctimas del engaño de los dueños del dinero y sus representantes.
Debemos dejar claro, en primer lugar, que los capitales privados de las grandes transnacionales de origen norteamericano, alemán, francés y demás potencias capitalistas, se instalan en nuestro país –y en cualquier parte del mundo– por diversas razones, entre las que podemos destacar el encontrar mano de obra barata, ubicación estratégica a los mercados, cercanía a fuentes de materia prima, bajos impuestos o gravámenes fiscales de los países donde llegan a anidar sus inversiones y, finalmente, buscando hallar un régimen político que les garantice la estancia y crecimiento de sus capitales. Todo ello encaminado a un solo fin: acrecentar sus capitales a través de la obtención de las máximas tasas de ganancia.
Si bien estas inversiones de capital extranjero generan empleos, lo cierto es que no resuelven, ni mucho menos, la gran tasa de desempleo que hay en México. La nueva planta del BMW, a decir de Néstor Garza, titular de la Secretaria del Trabajo y Previsión Social en S.L.P., generará 800 nuevos empleos directos y 2.5 indirectos por cada plaza. Ahora bien, según el INEGI en el 2022 la población desocupada en México fue de 1.6 millones de personas y la tasa de desocupación (TD), de 2.8 por ciento de la Población Económicamente Activa. Aquí no se incluye la informalidad que a diciembre del 2022 totalizaron 31.8 millones de mexicanos. Es decir, que este tipo de inversiones no es la panacea, como pretenden hacernos creer, para resolver el gran problema del desempleo, el cual es un fenómeno inherente al modelo capitalista.
En México la inversión pública –la cual sí pudiera contribuir de manera más importante a abatir el desempleo- a cargo del Gobierno federal con recursos públicos es muy pobre: “Se encuentra rezagada no solo desde el impacto de la pandemia, sino desde inicios del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador” (El Financiero, 22 de diciembre del 2022). Y no solo eso, sino que se limita –pues es esta la concepción de los regímenes neoliberales de que el Estado no debe intervenir en la economía sino solo para darle condiciones a la empresa privada y ser garante de la seguridad y de la paz– al crear solo infraestructura que dé condiciones a las inversiones privadas nacionales y extranjeras.
Ahora analicemos, aunque de manera muy breve, las otras “bondades” de la inversión extranjera. En lo de “incentivar la transferencia de nuevas tecnologías” dista mucho de la realidad pues dichas empresas cuidan celosamente su tecnología y no la van transferir por el solo hecho de instalarse en México; al contrario, si tienen laboratorios, equipos de científicos y técnicos especialistas que les generan nueva tecnología para innovar sus productos, es con el claro propósito de ganar el mercado a sus competidores. Ahora los autos eléctricos buscan desplazar a los autos de combustión interna. ¿De dónde se saca que la BMW va a transferir tecnología?, ¿a quién?, ¿para qué?
Al “estimular la competencia”, se nos dice hasta el cansancio, “el consumidor tiene más variedad de productos, más baratos y de más calidad”. El hecho de que en México haya decenas de empresas que se dedican a fabricar automóviles no conlleva a que el obrero pueda adquirir un vehículo nuevo; cuando mucho comprará una “garrita” de segunda o tercera mano, pues ni con todo el salario de su vida, en la inmensa mayoría de los casos, podrá adquirir un moderno auto de agencia.
No nos engañemos sobre el carácter y alcance de la inversión extranjera directa. Es finalmente una forma de capital que viene a nuestro país por mano de obra barata –el capital sólo puede crecer a condición de extraer plusvalía del trabajador-, por materias primas baratas casi regaladas para ellos, para que se les exima de altos impuestos, etc. El capital es pues un valor que se revaloriza. Es por ello que la llegada de inversión extranjera directa no será nunca el remedio al desempleo elevado que hay en nuestro país pues, como ya apuntamos más arriba, el desempleo es consustancial al capitalismo.