Por: Ricardo
Torres
El pasado 6 de septiembre se celebró en Estados Unidos el Día
del Trabajo (Labor Day) con un evento en donde el presidente Joe Biden, reunido
con los representantes de la Federación Americana del Trabajo y Congreso de
Organizaciones Industriales (AFL-CIO) la central sindical norteamericana más
importante del país, pronunció un mensaje en el que dijo: “Después de más de un
año en el que los trabajadores esenciales realizaron sacrificios
extraordinarios y cargaron la nación sobre sus espaldas, este Día del Trabajo
vemos más claramente que nunca que necesitamos construir una economía que
responda a las necesidades y las aspiraciones del pueblo trabajador”. Para la
mayoría de los asalariados norteamericanos se trató simplemente de un día de
descanso que, aunado al fin de semana, aprovecharon como un largo feriado de
tres días.
Cabe recordar que, a diferencia de la conmemoración del Día
Internacional de los Trabajadores que desde 1890 se realiza mundialmente el 1°
de Mayo, el Gobierno norteamericano estableció, en 1894, que para ellos el Día
del Trabajo debía realizarse como una festividad nacional el primer lunes de
cada mes de septiembre; esto, por un lado, para desmarcarse del origen
socialista que impulsó la Asociación Internacional de los Trabajadores,
encabezada por Carlos Marx (1866) y Federico Engels (1889), que entre sus
múltiples tareas se propuso fijar una fecha precisa para realizar una jornada
de lucha mundial de la clase obrera en defensa de sus intereses, en aquel entonces
demandando una jornada laboral de ocho horas; y por otro lado, para enterrar en
el pasado a los Mártires de Chicago, a los cientos de trabajadores que fueron
asesinados en suelo norteamericano en mayo de 1886 en la plaza Haymarket
por haber tenido la osadía de lanzarse a la huelga y reclamar la jornada de
ocho horas.
¡No
puede permitirse nada que lesione los intereses económicos del capital, las empresas y los patrones, nada de jornada de
lucha mundial de los trabajadores, nada de reclamos, huelgas ni mártires! De
esta manera el Día del Trabajo en Estados Unidos se convirtió en una adormecedora
festividad, un día feriado para encubrir la lucha de clases que diariamente se
vive entre el capital y el trabajo.
Sin embargo, aunque así lo pretendan sus promotores, cualquier
intento de ocultar el desarrollo histórico de la sociedad moderna tarde o
temprano estará condenado al fracaso. Aunque silenciada por su gigantesca y
poderosa maquinaria de dominación mediática, la lucha entre obreros y patrones en
Estados Unidos avanza; a pesar del control ejercido por la AFL-CIO sobre los
asalariados, la lucha entre los empresarios que acumulan ganancias para
acrecentar su capital y los trabajadores que exigen mejores salarios y condiciones
de vida, se manifiesta inevitablemente debido a la naturaleza explotadora del
régimen capitalista. Para sustentar lo anterior sirva como botón de
muestra la referencia a dos importantes movimientos que actualmente los
trabajadores norteamericanos sostienen en defensa de sus legítimos intereses.
En la planta de ensamblaje de camiones Volvo en Dublín,
Virginia, empresa de capital sueco que tiene capacidad de producir hasta 90
unidades diarias, cerca de tres mil trabajadores realizan una huelga en contra
de la empresa por la renovación del contrato colectivo que omite incorporar sus
demandas y que el sindicato de Trabajadores Automotrices Unidos (UAW por sus siglas en inglés) integrante de
la AFL-CIO, pretende imponer a toda costa. Los trabajadores exigen un
incremento salarial en paralelo con el aumento de la inflación, respeto a las
jornadas y horarios de trabajo, salvaguardar su derecho de antigüedad,
perfeccionar las medidas de seguridad e higiene frente al covid-19 y mejorar las prestaciones de salud, entre
otras justas demandas que deben ser atendidas y resueltas al momento en que se
realiza una prolongada negociación contractual con un patrón que se resiste a
cumplir con dichos requerimientos y con la complicidad del sindicato UAW que solo
busca servir a la empresa.
Por otro lado, en DANA, empresa de capital norteamericano productora
de componentes de propulsión y transmisión electrónica para automóviles, el
contrato colectivo venció en agosto y debe ser renovado pero hasta el momento
no existe acuerdo alguno: en las plantas de Pennsylvania, Indiana, Tennessee,
Michigan y Kentucky, los trabajadores han rechazado la ratificación del
contrato colectivo propuesto por los dos sindicatos que los representan: UAW y
el sindicato de Trabajadores Siderúrgicos Unidos (USW) también integrante de la
AFL-CIO. Los obreros exigen incremento salarial conforme al aumento de la
inflación, respeto a las jornadas y horarios de trabajo, rechazo a las horas
extras obligatorias y a los arbitrarios incrementos de productividad y reclaman
mejores medidas de seguridad e higiene frente al covid-19 ya que, por ejemplo,
en la planta de Kentucky más de 60 trabajadores en activo resultaron
contagiados por el coronavirus.
Por lo
pronto la empresa, sin importarle la negativa de los trabajadores, extendió unilateralmente la temporalidad del
contrato colectivo, los obliga a seguir laborando exigiendo que se incremente
la producción, provocando mayores cargas de trabajo y, en consecuencia, incrementando
el índice de lesiones y accidentes. Crece el descontento de los trabajadores quienes
han ordenado a los líderes de los sindicatos UAW y USW que no podrán seguir
negociando más con la empresa a espaldas de los trabajadores; que en la primera
quincena de septiembre deben convocar a todos los obreros de las distintas
plantas para acordar, por mayoría, el estallamiento de huelga; y que, además,
los gastos de la misma deberán ser sufragados con el dinero de sus cuotas y
activos sindicales que superan los 2 mil millones de dólares.
En la
carta abierta que el Comité de Trabajadores de DANA envía a la UAW y la USW dice:
“Creemos que no solo estamos luchando por un mejor contrato, estamos
defendiendo a la clase trabajadora en todas partes. En medio de una
pandemia mortal, millones de trabajadores se han visto obligados a trabajar
para que las corporaciones puedan seguir obteniendo ganancias. ¡Ahora la
clase dominante está sacrificando a nuestros hijos obligándolos a ir a la
escuela para que podamos ir a trabajar!”
He de
aclarar que cualquier semejanza entre las demandas y la situación que viven los
obreros de Volvo, DANA y los trabajadores de México, no es mera coincidencia; que
la lucha mundial de la clase obrera en defensa de la jornada de ocho horas impulsada
hace más de 150 años por la 1ª y 2ª Internacional de Marx y Engels, y la lucha
de los Mártires de Chicago masacrados en la plaza Haymarket tampoco son
mera coincidencia, sino que unas y otras son expresiones, en diferentes formas
y distintos tiempos, de un mismo fenómeno: la lucha de clases entre el trabajo
asalariado y el capital. Una realidad que, en los tiempos que corren, no puede
ocultarse con solo cambiar la fecha y significado del Labor Dey, ni con el discurso
demagógico y vacuo de Biden.
La
AFL-CIO y los sindicatos UAW y USW, atendiendo a los designios del Gobierno
norteamericano, están convertidos en fieros guardianes del capital queriendo
imponer a los trabajadores los contratos colectivos diseñados por las empresas
Volvo y DANA; son a todas luces sindicatos patronales apoyados y consentidos
por el poder para frenar y controlar el descontento de los obreros. Y no está
de más señalar que estos cancerberos del capital que hoy menosprecian la
voluntad de los trabajadores norteamericanos, son los mismos cínicos que ayer,
enmascarados, exigían transparencia y respeto a los derechos de los
trabajadores de General Motors en Silao, Guanajuato, en el proceso de
legitimación de su contrato colectivo de trabajo. ¿El Gobierno norteamericano y
la AFW-CIO son enemigos opresores de los obreros norteamericanos pero, al mismo
tiempo, amigos y defensores de los obreros mexicanos? Nada de eso. Que nadie se
confunda; los intereses económicos, políticos y sindicales del imperio solo
sirven al capital. A nadie más.