Por: Sergio
Cadena
Resulta extraño, pero explicable, que
en el tricentenario de la aparición del primer Tratado sobre enfermedades de
los trabajadores (De morbis artificum
diatriba) escrito por el médico italiano Bernardino Ramazzini, se haya
mostrado poco interés por la obra que fundó una especialidad: la Medicina del
Trabajo. Extraño para quienes todavía creen en la moral burguesa que predica un
humanismo hipócrita, limitado y subordinado a los intereses del capital.
Explicable, porque a pesar de que hay esfuerzos aislados de personas y
organizaciones por defender la salud de los trabajadores, predominan, de manera
aplastante, los intereses del capital. En México, el Instituto Mexicano del
Seguro Social se pronunció primero por la reedición de tan famosa obra y,
finalmente, salió a la luz, en coedición de la Universidad Autónoma
Metropolitana, Unidad Xochimilco y el Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa.
Basada en la traducción castellana del doctor Juan Manuel Araujo Álvarez, esta
importante publicación no hubiese visto la luz sin el apoyo que a instancias de
la Secretaría de Salud, ofreció para su difusión, la Procuraduría Federal de la
Defensa del Trabajo.
La importancia del tema está fuera de
duda. Según informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2005, acontecen
330 mil defunciones anualmente, consecuencia de 217 millones de enfermedades de
índole laboral y 250 millones de lesiones ocurridas durante el trabajo.
Sorprende
que los determinantes laborales registrados desde hace tres siglos, con los
matices del progreso actual, sean practicamente los mismos: las enfermedades
ocupacionales por ambientes con polvos, vapores de toda índole en vitrinas,
curtidurías, minas, fábricas y talleres con manejo de mercurio o vitriolo no
sólo siguen vigentes, sino que se han agregado el asbesto, el ántrax de los
cardadores, miles de compuestos químicos orgánicos e inorgánicos, la mayoría
tóxicos en grado variable.
Además,
al ruido inevitable en las forjas y herrerías se agregan ahora la hipoacusia de
los músicos de rock que a edades muy tempranas han perdido 30 por ciento de su
capacidad auditiva o la experiencia desagradable de las jornadas de la Bolsa y
los empleados de pista en aeropuertos; al ambiente físico bajo las especies de
calor, frío, humedad, sequedad compañeras de panaderos, ladrilleros, sopladores
de vidrio, lavanderas, ahora se suman las radiaciones ionizantes de los rayos
X, la industria nuclear, los vuelos estratosféricos y espaciales; a los
manejadores de sustancias como yeseros, caleros, tabacaleros, vinateros,
curtidores, salineros, jaboneros, aceiteros y boticarios entre otros, la
tecnología y la química han agregado varios millones de moléculas nuevas,
útiles en la industria, pero que han resultado con efectos adversos a la salud
del trabajador.
El
sentido común de Ramazzini para alertar sobre posiciones defectuosas durante el
trabajo, la conveniencia de suspender periódicamente las labores durante la
jornada ya sea para descansar o para hacer un ejercicio diferente. Las quejas
de los asiduos a la pantalla de las computadoras, el teclado de la consola y el
uso del “ratón” son la expresión moderna de los defectos de posición alertados
desde 1700. Sus consejos para protegerse durante el trabajo tienen valor
actual: ventilar los centros de trabajo, purificar el aire, usar cubrebocas y
mascarillas, no ingerir alcohol durante el horario de trabajo, etc.
Por
la misma deshumanización que existe en la producción capitalista, en México no
se fomenta la Medicina del Trabajo. A pesar de ello, en la Secretaría del
Trabajo y Previsión Social hay en proceso 75 mil demandas por riesgos laborales
pero no hay un Instituto de Medicina del Trabajo. La Medicina del Deporte
constituye la excepción, como resultado del interés por los juegos olímpicos.
Ojalá que la investigación de las enfermedades de los atletas descritas desde
hace 3 siglos, sirva para estimular el estudio, prevención, atención y
rehabilitación de las enfermedades de los trabajadores en el siglo XXI.