Renata Aguilar
Recientemente, el 24 de marzo pasado, la revista The New York Times, publicó un reportaje titulado The brutality of sugar: debt, child marriage and hysterectomies (La brutalidad del azúcar: deuda, matrimonio infantil e histerectomía), a cargo de Megha Rajagopalan y Qadri Inzaman. En el que ponen de relieve las condiciones laborales y de vida que tienen las trabajadoras cortadoras de caña en la región oeste de la India. Tal cual el título lo indica, aborda la deuda económica que las somete al trabajo, al matrimonio y a la histerectomía.
La India es el segundo productor de azúcar en el mundo. La localidad donde laboran se llama Maharastra, cuya producción abastece a una centena de empresas; dentro de las que destacan Coca-Cola y PepsiCo. Como sucede en la cosecha de temporada, las migraciones de jornaleros de la región de Beed ocurre durante los meses de octubre a marzo, en donde cerca de un millón de trabajadores migran a los campos del sur y oeste. Traen consigo la compañía de su familia, así como los pocos objetos que les pertenece, dentro de los cuales no les alcanza para evitar dormirse en el suelo.
Si no fuera suficiente trabajar todo el día encorvado, cargando pesadas cargas sobre su cabeza, el reportaje advierte la socorrida práctica de histerectomía. Se trata de un procedimiento quirúrgico que consiste en extirpar total o parcialmente el útero. ¿Por qué se someten a dicha cirugía? Porque esta práctica las mantiene trabajando. Es brutal, pero es la realidad de estas mujeres trabajadoras. Cuando se enfrentan a períodos menstruales dolorosos o dolencias rutinarias tienen que ir al médico y esto las priva de un “salario” que de hecho es para pagar a sus patrones por anticipos que ya recibieron. O bien, simplemente ya no pasan por las dificultades de menstruar en un campo sin acceso a agua, baños o refugio. Recordemos que se encuentran en una zona rural en la que no tienen fácil acceso a medicamentos ni a servicios básicos.
Lo anterior me recuerda a los jornaleros agrícolas de Sonora o Michoacán que consumen metanfetamina precisamente para “rendir más”, para dejar de sentir el cansancio agotador con el objetivo de obtener un mejor salario.
Pero volvamos al punto. Dentro de una población de 82 mil trabajadoras de cortadoras de caña, una de cada cinco mujeres fue obligada a extirparse el útero. El reportaje consultado recoge varios testimonios, entre ellos el de la Sra. Chaure, quien nos dice que una vez hecha la operación son obligadas a regresar a las rudezas del trabajo sin importar las consecuencias médicas. La Sra. Chaure, expresó: “nosotros descuidamos nuestra salud al frente del dinero”.
Pero esto no es todo. Las mujeres jóvenes de la región de Beed son empujadas a acordar matrimonios ilegales por tratarse de menores de edad, para que puedan trabajar junto a sus maridos en los cortes de caña. Es muy común que el corte de caña se realice en pareja o bien en familia, los niños también son obligados a trabajar. Otra similitud con nuestro país, en el que la explotación del trabajo infantil es casi la norma, los mismo que en esta región de la India. Las consecuencias de ello son más complicaciones.
¿Quién regula las relaciones de trabajo bajo los estándares de los derechos laborales? Un ejecutivo de NSL Sugars, franquicia de Coca-Cola y PepsiCo, dijo que los representantes de las compañías de refrescos podían ser escrupulosos al preguntar acerca de la calidad del azúcar o la eficiencia en la producción, pero nunca sobre los asuntos laborales. Subrayamos, son escrupulosos al preguntar sobre la calidad del azúcar, pero nunca sobre los asuntos laborales. Nunca se preguntan si el salario que reciben los trabajadores es suficiente, si las condiciones en las que desarrollan su trabajo son óptimas y no deshumanizantes, si viven y comen bien, etc. ¿Qué es lo que importa? La ganancia que puedan obtener aún sea a costa de medrar la vida de quienes realmente generan esa ganancia, en este caso las mujeres cortadoras de caña.
Públicamente ambas compañías, Coca y PepsiCo, declaran que mantienen junto a sus proveedores políticas de cumplimiento estándar de los derechos laborales, pero eso son fanfarrias, y en el mejor de los casos sólo es un acto de buena voluntad. Los mismos propietarios de los molinos de caña difícilmente visitan los campos. Quienes se encargan de asegurar la mano de obra y operar los trabajos, son los contratistas, que por su condición también de asalariados al tener que cumplir con sus labores, como dijo la Sra. Chaure, provocan dichas condiciones frente al dinero.
¿Acaso estamos pagando una condena que nunca nadie acordó? Pues sí. Es una condena de cadena perpetua. ¿Quién la impone? El sistema capitalista mundial. ¿Es justa? No lo es. El capitalismo es un particular modo de relación social de producción entre aquellos que poseen y controlan los medios de producción y aquellos desposeídos cuya fuerza de trabajo se pone a disposición de los primeros. Veamos en este caso a los dueños de Coca-Cola y PepsiCo como los capitalistas y a las trabajadoras cortadoras de caña como las poseedoras de fuerza de trabajo. Los primeros imponen a los segundos y los somete en todo sentido. Someten cuerpo y mente y todo atributo humano al servicio de la ganancia.
No veamos la situación de las trabajadoras cortadoras de caña como algo del otro continente, algo lejano a nosotros. No. Las condiciones laborales son muy similares a las que tenemos en nuestro país, en el campo. En las páginas del Informador Obrero antes ya se han señalado las condiciones en que trabajan los jornaleros agrícolas y también son brutales. También los trabajadores mexicanos estamos condenados a trabajar interminablemente y no para vivir mejor o para enriquecernos, sino también para pagar, o, en el mejor de los casos, para apenas andar al día.
Debemos terminar de raíz el problema descrito y terminarlo impone que todos los trabajadores del mundo hagamos conscientes nuestra situación y esto nos permitirá organizarnos, primero en auténticos sindicatos y quizá, después, en un partido obrero y desde el poder político seamos nosotros quienes implementemos modelos de desarrollo económico más equitativos; hacer otra cosa solo nos hará más larga y extenuante la explotación a la que estamos sometidos. Echar a atrás la condena injusta que nos fue impuesta, es nuestra tarea.