Ángel Villegas
El triunfo de la revolución mexicana implicó que se estableciera un nuevo orden jurídico y legislativo para dar paso al desarrollo de un nuevo orden económico en nuestro país a tono con el desarrollo mundial; el desarrollo del capitalismo sin las trabas del anterior y caduco régimen de producción. Fue el tránsito de un país cuya riqueza se producía básicamente en el sector primario, es decir, en la agricultura, a un país cuyo centro de producción sería la industria capitalista. Las viejas relaciones de producción donde el hacendado vivía del trabajo del peón acasillado, debían dar paso a nuevas relaciones que dejaran libre la mano de obra para salir del campo improductivo y concentrarse paulatinamente en las ciudades para transformarse en fuerza de trabajo obrera que pudiera ser contratada por los dueños de fábricas estableciendo jornadas de trabajo a cambio de un salario.
Estas nuevas relaciones de trabajo requerían ser reguladas y así lo hicieron los constituyentes en el artículo 123 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos decretada en 1917. Estipularon que mediante esa legislación se debía alcanzar el equilibrio entre los factores de la producción, o sea, entre el capital y el trabajo, entre patrones y obreros, poniendo a salvo los intereses de cada clase; y encomendaron la redacción de una ley que regulara lo estipulado en la Carta Magna. Así nació, en 1931, la Ley Federal del Trabajo en la que se establecen los derechos y obligaciones de trabajadores y patrones.
A más de cien años, la clase obrera de nuestro país desconoce o conoce muy poco sobre sus derechos y cómo hacerlos valer. Desde su promulgación permanece ajena a la discusión y toma de decisiones sobre sus derechos laborales. Hace rato que la clase política agita la bandera de reformar la Constitución asegurando que con sus iniciativas va a cambiar la suerte de los trabajadores. Esto no es nuevo. Reformas, las ha habido, pero mejoras, no.
Se dice que en 2025 vendrán cuatro reformas de mucha importancia: la Ley Silla, la reducción de la jornada laboral de 48 a 40 horas a la semana, el incremento de 15 a 30 días de aguinaldo y el aumento del 25 al 50 por ciento en la prima vacacional. Eso dicen los legisladores y la titular del Poder Ejecutivo con énfasis en que pondrán especial atención a esas prioridades de su labor legislativa, ¿será?
Por mi parte, pienso que los nubarrones que se ciernen sobre la economía del pueblo mexicano son extremadamente amenazantes. El Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) para el 2025 viene más tijereado que en años anteriores: menos recursos para salud, educación, seguridad pública, un recorte del 44 por ciento a los fondos que se le otorgan a los municipios para que cumplan sus funciones, por mencionar solo algunos rubros. Es decir, se ve claramente que las condiciones de vida de los trabajadores formales e informales (sobre todo estos últimos que son mayoría en nuestra población) no siguen una tendencia a la mejora sino al revés, tienden a empeorar.
Y entonces, el discurso de priorizar la aprobación de nuevas leyes se vuelve un recurso para echarle tierra a los ojos de la clase obrera y crearle falsas expectativas de que todo va a estar bien gracias a las genialidades de nuestros legisladores y a la buena voluntad de nuestros gobernantes. Un verdadero analgésico para adormecer la conciencia obrera ante las nulas posibilidades de mejora. No habrá tal, el sistema capitalista vive y se renueva cada día con la vida que dejan los obreros en cada jornada de producción de la riqueza social.
Mientras siga estando el futuro de los trabajadores en manos del Gobierno y de nuestros “empleadores”, o sea, de los capitalistas que acumulan riqueza explotando nuestra fuerza de trabajo, la clase obrera y demás capas de la población asalariada no deben esperar ningún cambio en su rol como clase explotada, por mucho que lo diga la ley y se le concedan algunas mejoras, como, por ejemplo, la silla que pueda utilizar durante la jornada laboral, siempre habrá un camino para seguir chupándole la sangre al obrero y seguirlo explotando.
La clase obrera mexicana necesita convencerse de la necesidad de organizarse y luchar para dejar de ser una clase explotada, para que deje de cifrar sus esperanzas de mejoría en la voluntad y en las migajas de los explotadores. Organizarse y luchar para tomar en sus manos el verdadero camino de su emancipación.