Sergio Cadena
El desarrollo socioeconómico que China ha alcanzado en los últimos 20 años está sorprendido agradablemente a todos aquellos que soñamos con un mundo sin pobreza, sin injusticias y sin explotación. En efecto, sus inobjetables éxitos en el terreno económico, en el combate al Covid 19 y en las últimas cinco justas olímpicas, por solo citar algo de lo más relevante, ha dejado muy en claro que nos encontramos ante el surgimiento y consolidación de una nueva potencia económica que ha rebasado ya a potencias como Francia, Inglaterra, Alemania, Japón e Italia, y está a punto de superar al número uno del mundo capitalista: Estados Unidos de Norteamérica.
Tan grandes logros no surgieron de la nada, tuvieron como base, como trampolín, por lo menos dos décadas de planeación estratégica, de 1980 al 2000 (después de 30 años de infructuosos intentos de mejorar el nivel de vida de la sociedad china por parte del gobierno encabezado por el líder revolucionario Mao Tse Tung). Durante esos 20 años el gobierno comunista chino trató de avanzar de manera discreta, casi clandestina. Sin embargo, en los primeros años del siglo XXI decide abrirse de capa. Ya para el 2018, controlan el 10 por ciento del comercio portuario mundial. El gobierno chino también ha incursionado en el continente africano (principal reserva mundial de recursos naturales), está influyendo fuertemente en sus economías de manera pragmática y defendiendo la soberanía africana frente a la explotación occidental.
A la par, ha venido construyendo bases militares en diferentes puntos estratégicos de Asia, Europa y África, ya que cualquier poderío económico que no esté respaldado por una significativa fuerza militar está condenado a perder la batalla.
Ninguna economía en el mundo tiene índices de crecimiento como el alcanzado en China en los últimos 20 años. Dichos índices han oscilado del 9 al 14 por ciento en promedio. Incluso China se ha convertido en el principal acreedor de Norteamérica. Además, encabeza el BRICS, organismo internacional por medio del cual está aglutinando a varias decenas de países de todos los continentes. Este último ha proyectado la creación de una nueva moneda para hacerle contrapeso al dólar. En fin, se está creando en los hechos un nuevo polo de desarrollo económico y social. La hegemonía yanqui está llegando a su fin. Un mundo multipolar está emergiendo. Cierto es que este nacimiento ha generado niveles muy altos de tensión, al grado de que se habla frecuentemente de la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial. Y es que no es para menos. Se trata, ni más ni menos, que del control económico y político de todo el mundo. Los Estados Unidos, después de concluida la Segunda Guerra Mundial y sobre todo con la instauración del neoliberalismo, se había venido ostentado como el amo y señor del mundo. Incluso habían logrado imponer al dólar como sustituto del oro como padrón mundial en las relaciones comerciales. Pero esa unipolaridad está llegando a su fin y por eso Estados Unidos y su organización militar, la OTAN, están tensando las relaciones con Rusia y China, principales potencias que están contribuyendo a la liberación de las colonias africanas y asiáticas.
Mientras que en China, con una población 10 veces mayor a la de nuestro país, se ha eliminado a la pobreza (así lo declaró la ONU en 2021), la sociedad norteamericana y el mundo capitalista en general siguen generando millones de nuevos pobres cada año. ¿Está claro entonces cuál es el camino que debe seguir la clase obrera mexicana?