Cierre de Nissan en Morelos

Marat Martínez

El pasado 29 de julio se informó el cierre de la empresa japonesa Nissan en la planta de la Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca (CIVAC), en Jiutepec, Morelos, que desde 1966 había estado funcionando. Según los representantes patronales, la armadora se trasladaría a su planta de Aguascalientes para “aprovechar su equipamiento avanzado y recursos de última generación para mejorar la eficiencia productiva, logística y de sostenibilidad” (El país.com del 31 de julio). La empresa justifica su cierre como política de la reducción de sus 17 fábricas en el mundo a solo 10, para buscar el “rescate” de la empresa. Según la información vertida por algunos medios de comunicación, la armadora estará realizando un proceso de liquidación de todos los trabajadores a partir del anuncio hasta marzo del 2026, fecha en que cerrará totalmente la planta.

Como consecuencia de este cierre, se estima la pérdida de 3,500 empleos directos (empleados y trabajadores que laboran en la planta) y 5,000 empleos indirectos (pueden ser restaurantes, tiendas, negocios de todo tipo, etc.). Del total de empleos directos solo 1,300 obreros están sindicalizados en el Sindicato Independiente de Trabajadores de Nissan Mexicana, y los más de 2,200 trabajadores restantes tendrán que resolver el conflicto con base a sus contratos individuales, es decir, no sólo quedarán privados de un trabajo sino que ahora les espera el difícil camino de los Centros de Conciliación y de los juicios ante los Tribunales Laborales, ahora y siempre tan al servicio de las clases adineradas.

El anuncio “sorprendió” al “Sindicato Independiente” quien llamó a todos los trabajadores a una asamblea general extraordinaria. Esa tarde, ya dentro de las oficinas sindicales, una parte de los obreros plantearon movilizarse para exigir que se respeten sus derechos laborales pidiendo una indemnización por arriba del 100% (algo perfectamente justo si consideramos que ahí han dejado los mejores años de vida). Sin embargo, como era de esperarse, el sindicato encabezado por Armando Campa Quezada dijo que ese no era el camino y “pidió paciencia y unidad, argumentando que así será más fácil negociar mejores condiciones para la base trabajadora” (proceso.com.mx del 30 de julio de 2025). ¡Sí cómo no! La calma, la pasividad, la inmovilidad es la muerte. He aquí lo que enseña el “sindicalismo independiente” no solo en tiempos ordinarios sino en momentos extraordinarios para la clase trabajadora.

Tres días después del anuncio, el 4 de agosto, la gobernadora de Morelos, Margarita González Saravia envió una carta (de esas cartas moralistas que se han puesto de moda en la 4T) a los directivos de Nissan pidiéndoles que reconsideren su decisión. La empresa contestó con un categórico “no hay marcha atrás”. Por su parte, la presidenta Claudia Sheinbaum declaró en su mañanera: “En realidad no se pierde empleo en el país en términos generales, considerando lo que van a mover a Aguascalientes, pero, evidentemente, para Morelos representa un impacto, y ya estamos trabajando con la gobernadora para buscar distintas alternativas que permitan que no tenga esta afectación tan grave Morelos” (El economista.com del 1 de agosto de 2025). No cabe duda que estos mensajes de los gobiernos son mera retórica, discursos mediáticos, porque, en los hechos, cada trabajador verá por su suerte como siempre ha ocurrido.

Ahora bien, como se sabe, el capital del empresario se conforma de dos partes: el capital constante y el capital variable. El capital constante se compone por el terreno, el inmueble, las máquinas, herramientas de trabajo, materia prima, luz, calefacción, etc., este capital no produce nuevo valor. La otra parte es el capital variable, compuesto por la fuerza de trabajo del obrero, o sea, la energía y la fuerza física, la pericia y la inteligencia del trabajador, única fuente de donde brota el nuevo valor contenido en las mercancías y, en consecuencia, de donde proviene la ganancia del capitalista o patrón. En el sistema que nos tocó vivir estas dos partes se ponen en movimiento y al finalizar la jornada se han producido millones de mercancías de toda índole que son llevadas al mercado para su venta y, finalmente, se obtiene de esta la tan ansiada ganancia. Pero el afán de ganancia no tiene límite y cada ciclo representa un paso adelante para obtener una mayor acumulación y concentración de capital. En nuestros días el 1 por ciento de la población mundial concentra más de la mitad de la riqueza producida en todo el planeta.

Pero resulta que el obrero (capital variable) tiene muchas necesidades, requiere de vivienda, alimentación, vestido, calzado, salud, educación, recreación, etc., y, por ende, dichos requerimientos aumentan los costos de producción, situación que merma la ganancia del patrón, a la par que le impide ser competitivo en el mercado. Por ello, el capitalista resuelve este problema de dos formas; alarga la jornada de trabajo o renueva el capital constante. En el primer caso las leyes le restringen o la misma elasticidad de la fuerza de trabajo no da para más. De modo que, para aumentar la productividad y competir con otros capitalistas de la misma rama industrial, el empresario procede a modernizar la otra parte del capital, el constante. Así, invierte en las nuevas tecnologías, maquinaria robotizada y automatizada todo para “eficientar” el proceso de producción.

La automatización de la producción produce, por una parte, el incremento de la productividad, es decir, que en el mismo periodo de tiempo de trabajo se produzcan más mercancías, manteniendo o aumentando su tasa de ganancia y siendo competitivos. Por otro lado, dicha automatización demanda una menor fuerza de trabajo, menos capital variable. Lo que antes se producía con la fuerza de trabajo de cuatro obreros ahora se produce con un solo trabajador quien programa, supervisa y verifica que las máquinas robotizadas estén trabajando. Entonces, viene el despido masivo de los obreros que se quedan en la calle sin pan y sin trabajo. Además, el capitalista mata dos pájaros de un tiro: al mismo tiempo que se deshace de los obreros viejos que ya no cuentan con la misma fuerza y la misma pericia que requieren las nuevas condiciones de producción, se deshace también de aquellos contratos colectivos de trabajo que le generaban buenas prestaciones a los obreros y que ahora desaparecen por el cierre de las empresas o por la reducción de la fuerza laboral.

Pues bien, algo de esto pasa en la Nissan y en muchas empresas en los últimos tiempos. La sola idea de “aprovechar su equipamiento avanzado y recursos de última generación para mejorar la eficiencia productiva, logística y de sostenibilidad” nos permite comprender que el capital sigue buscando mantener o incrementar su tasa de ganancia y, a la par como ellos dicen, ser más competitivos respecto a otras armadoras. La política arancelaria del vecino del norte no es una causa sino una consecuencia de esta competencia capitalista.

Podemos decir que el cierre de Nissan en Morelos es un ejemplo de cómo el capital busca mantener o aumentar su tasa de ganancia a costa de dejar en la calle a miles de trabajadores que directa o indirectamente contribuyen en la producción de riqueza; que la clase obrera solo es tomada en cuenta cuando el capital la requiere para la producción de la ganancia patronal, pero cuando este ya no lo requiere, es enviado al mundo de los parados y del gran ejército de reserva, como le llamó Carlos Marx a los desempleados lanzados a la calle cada vez que el capital tiene fuerza de trabajo sobrante. Observemos las acciones de los políticos, del gobierno y del sindicalismo charro y blanco, que no hacen absolutamente nada y solo se limitan a escribir “cartas” o a llamar a la “paciencia” de los obreros como hemos ya mencionado.

Urge que la clase obrera adquiera conciencia de estos fenómenos del día a día. Debe analizar quienes son sus verdaderos amigos y como luchan por hacer un cambio, no solo un cambio en las mejoras de las condiciones laborales, sino un cambio en este país, un cambio por un México más justo, más equitativo, donde la empresa privada no solo pueda desarrollarse, sino que cumpla su “función social” de ofrecerle trabajo a los más de 36 millones de desempleados que hay en nuestro México lindo y querido.

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