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El despido de obreros: poderosa arma de explotación y control

 

Ernesto Acolmixtli

        Desde el momento en que el trabajador depende exclusivamente de la venta de su fuerza de trabajo para ganar su salario, su destino laboral queda totalmente en manos del patrón. Se impone sin remedio la ley económica del sistema capitalista donde la fuerza de trabajo del obrero es una mercancía que compra el patrón y, por tanto, el tiempo que el trabajador permanecerá en el empleo dependerá de los intereses del patrón. Todos los obreros conocemos el despido pues lo vemos por todos lados o lo sentimos en carne propia, porque lo practican todas las empresas y lo sufrimos todos los trabajadores de país. 
 
        ¿Qué es el despido del trabajo? Es el rompimiento de la relación laboral por parte del rico empresario quien decide injustificadamente prescindir de los servicios del obrero; sabemos que un trabajador está impedido de correr a su patrón, cuando más, lo abandona porque está harto del maltrato o porque gana tan mal que deja de laborar en una empresa para buscar otra con un mejor salario y mejores condiciones de trabajo. En la ley laboral al despido le llaman recisión de las relaciones de trabajo, concepto elegante del lenguaje jurídico que pretende ocultar el atropello y arbitrariedad de los patrones cuando injustificadamente echan a la calle al trabajador. 
 
        El obrero debe conocer, de fondo, el mecanismo económico-social que facilita al patrón despedir al trabajador; debemos comprender por qué el patrón puede despedir con tanta facilidad a los trabajadores las veces que quiera, sin que le pase nada a su negocio y sus ganancias. Para ello, tenemos que conocer sus causas económicas, cómo se desarrollan y manifiestan. 
 
        La causa fundamental del despido individual o masivo, se puede encontrar en el constante crecimiento del capital o riqueza del empresario. De esas enormes ganancias que todos los días obtiene el patrón gracias al trabajo de los obreros, una buena parte se invierten en lo que se llama capital constante compuesto por naves industriales, energía eléctrica, maquinaria, herramientas, materias primas, computadoras, transporte para desplazar sus productos, etc., es decir, lo forman todos aquellos medios que utiliza el trabajador para producir mercancías. Y otra parte la invierte en lo que la ciencia económica llama capital variable que es, ni más ni menos, el dinero que el rico paga en salarios a los trabajadores. Entonces, el patrón gasta en satisfacer las necesidades de él y su familia, pero para acrecentar su riqueza invierte en capital constante y capital variable: la mayor parte la invierte en medios de producción que es el capital constante, y la parte menor la invierte en capital variable que representa los salarios de los obreros. De esta manera el patrón, ansioso de más riqueza, hace más grandes sus empresas o crea nuevas, invirtiendo más en capital constante buscando en ellas alcanzar más productividad, que significa producir más mercancías por cada hora de trabajo. Él sabe perfectamente que esto se logra modernizando su industria con mejores maquinas, mejores sistemas productivos, computarizando la producción, usando robots que simplifican el trabajo, etc. Sabe que si lo logra, además de productividad, tendrá el arma más poderosa para eliminar del mercado a las empresas débiles con las que compite, deshaciéndose de ellas y quedándose con sus consumidores. “El pez grande se come al pez chico”. 
 
        Pues bien, todo este desarrollo del capital constante que crece a un ritmo más veloz que el capital variable y el incremento de la productividad para enfrentar la competencia por el mercado, tienen su impulso principal en el permanente desarrollo de las fuerzas productivas que, en estos tiempos, depende de la investigación científica y de la tecnología aplicada a la producción. Lamentablemente para los obreros esta ley de desarrollo económico se traduce en expansiones gigantescas y veloces de nuevas empresas modernizadas que ocupan menos mano de obra. Por su continuo perfeccionamiento, las máquinas automáticas desplazan a los trabajadores en cantidades sorprendentes, dejando cada día, grandes masas de obreros sin empleo, es decir, fuerza de trabajo que no absorbe la industria moderna a pesar de su incesante crecimiento. Este proceso continuo va en aumento cada año, dejando, día a día, miles de trabajadores inactivos que forman un ejército de hombres sin empleo denominado Ejército de Reserva de Trabajo. Este ejército de desocupados se incrementa con la incorporación anual de mujeres y jóvenes que alcanzan la edad laboral y que pueden desempeñar cualquier actividad dentro de la fábrica debido a la simplificación del trabajo que ofrecen las maquinas computarizadas. Asimismo, se suman los campesinos que emigran a las ciudades para encontrar trabajo porque sus parcelas ya no producen. 
 
        Pues bien, de este inmenso número de desocupados dispone la clase burguesa, la clase capitalista dueña de la producción, las mercancías y el dinero, por tanto, está en condiciones para despedir injustificadamente al obrero que ya no quiere en su negocio porque puede encontrar al sustituto del trabajador despedido en menos que canta un gallo. Este ejército de reserva de obreros sin trabajo se encuentra en la Población No Económicamente Activa (PNEA), es decir, en la población que está en edad de trabajar pero que no encuentra empleo y que en México son 40.8 millones de personas, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2022). Estos 40.2 millones de desempleados también son usados por el patrón para explotar más tiempo o más intensamente a los obreros que sí tienen trabajo, prolongando la jornada laboral o haciendo que un solo obrero realice el trabajo de dos; todo ello sin que el trabajador sobreexplotado pueda reclamar algo pues tiene sobre su cabeza la amenaza del despido y, en consecuencia, un futuro de mayor sufrimiento para su familia. Lo mismo pasa con el salario y las prestaciones: “¿no te gusta el salario o las prestaciones? pues búscale por otro lado porque allá afuera hay mucha gente que quiere trabajar por un salario menor”, les dice el patrón a los obreros. Esta es la explicación económica, de fondo, del permanente y dañino problema del despido, resultado del desarrollo y crecimiento de los poderosos capitales que concentran los patrones. 
 
        Como complemento opresor de este fenómeno económico de consecuencias negativas e inevitables para la clase obrera del país, están las leyes laborales que protegen al patrón y legalizan sus abusos, pues un patrón puede correr a un obrero y, con ayuda de las autoridades corruptas, alargar hasta por cuatro años o más la demanda por despido injustificado, para que finalmente el obrero logre recibir una miseria de indemnización después de haber laborado por muchos años dentro de una empresa. 
 
        Sin embargo, esta masa de desempleados crece constantemente al igual que crece la inconformidad de los obreros en las fábricas, millones de trabajadores desempleados e inconformes que van conformando una fuerza social que, organizada y educada, sería capaz de cambiar esta situación. Es por ello que, desde ahora, tenemos que encausar esta gran fuerza obrera por la ruta de la acción política planificada con el objetivo de cambiar tanta explotación e injusticia por mejores condiciones de trabajo. Pongamos manos a la obra.


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