Carlos Sarabia
Las revoluciones burguesas demolieron el régimen social feudal y permitieron la conquista del poder político por parte de una nueva clase social: la burguesía, que abrió camino al desarrollo del capitalismo con la revolución industrial del siglo XVIII. Resultados inevitables de ello fueron, por un lado, la gran industria mecanizada y, por otro, el surgimiento del proletariado industrial.
El desarrollo del capitalismo prometía terminar con el rezago medieval que sufría el pueblo, y aunque en sus inicios representó un cambio revolucionario que superó el atraso social e impulsó el desarrollo científico, lo cierto es que sus contradicciones inherentes y las propias leyes económicas del capitalismo han demostrado que terminar con la pobreza no es posible dentro de su sistema de explotación. Sus características como lo son la producción de mercancías, el monopolio de los medios de producción y el trabajo asalariado, conllevan a que el objetivo principal del régimen no sea el mayor beneficio para la población sino la generación de la mayor ganancia, la producción de riqueza que se apropian unos cuantos, la concentración de ésta en unas pocas manos a costa de la miseria y el empobrecimiento de la inmensa mayoría de la población.
Mediante la explotación obrera, el capitalismo solo produce mercancías, es decir, solo produce artículos que estén destinados a venderse para obtener una ganancia y elevar la riqueza del industrial. Este sistema económico no está diseñado para resolver las necesidades de las clases trabajadoras sino para acumular capital. Servicios como la salud y la educación se vuelven una mercancía más, a las que cada vez menos personas tienen acceso, en cambio, el capital invierte y produce mercancías como cigarros, alcohol, drogas, bebidas y alimentos chatarra, etc., que enferman al pueblo pero que arrojan gigantescas ganancias. Al mismo tiempo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología permiten elevar la producción como nunca antes en la historia de la sociedad, sin embargo, por ejemplo, aunque se podría producir tanto alimento para dar de comer a la población mundial, el capital invierte más dinero en armamento a pesar de existir tanta pobreza y gente muriendo de hambre.
El monopolio de los medios de producción tiene como otra de sus características que la ha llevado al acaparamiento del mercado, a la guerra sucia entre los capitales, al robo de las tierras a los campesinos, al saqueo y a la invasión de países menos desarrollados para apoderarse de sus recursos naturales: la Primera y la Segunda Guerra Mundial, dónde los países imperialistas se repartieron el mundo, son ejemplo de ello.
Poco a poco los precios de las mercancías dejan de tener competencia en el mercado, ya que cada vez más variedad de las mismas son producidas por los mismos empresarios, que han hecho quebrar a los pequeños negocios y por ello ahora manejan los precios de las mercancías a su antojo, haciendo que los trabajadores, a pesar de ser quienes con sus manos lo producen todo, no pueden adquirir casi nada.
La clase trabajadora, la desposeída, que no tiene máquinas ni es dueña de las fábricas y que solo tiene sus manos para trabajar, está obligada a vender su fuerza de trabajo. El trabajo asalariado oculta la explotación del obrero, pues éste transfiere sus energías al proceso productivo de todas las mercancías que se llevan al mercado y que, al venderse, incrementan la riqueza del capitalista, mientras que al obrero le pagan un salario que solo le alcanza para no morir de hambre. En otras palabras, el obrero lo único que posee es la mercancía llamada «fuerza de trabajo» para poder venderla a cambio de un salario, de modo que es esta mercancía especial la única capaz de producir más riqueza de la que necesita para volver a regenerarse y, por ello, es la fuente de toda la riqueza social que se produce de este sistema capitalista explotador.
Es por ello que los ricos se hacen cada vez más ricos y su número disminuye, en contraparte, los pobres se hacen cada vez más pobres y su número aumenta. Al respecto la Oxfam señala en un artículo del 16 de enero del 2023, que la fortuna de los milmillonarios está creciendo a un ritmo de 2 mil 700 millones de dólares al día, al mismo tiempo que 1700 millones de trabajadoras y trabajadores viven en países en los que la inflación crece por encima de los salarios, siendo que por cada dólar de nueva riqueza global que percibe un trabajador, un milmillonario se embolsa 1,7 millones de dólares, por lo que en términos generales se estima que el 1% de la población más rica acumula casi el doble de riqueza que el resto de la población mundial.
Está claro que la situación de la clase trabajadora no podrá mejorar en este sistema de explotación donde el aparato estatal está diseñado para proteger sus intereses. Un ejemplo es lo que dice la Oxfam, que plantea que «con la aplicación de un impuesto a la riqueza de hasta el 5% a los multimillonarios y milmillonarios podrían recaudarse 1,7 billones de dólares anualmente, lo que permitiría que 2000 millones de personas salieran de la pobreza». Esto significaría pugnar por una política de impuestos progresivos, dónde quien gana más pague más y quién gane menos pague menos, sin embargo, en el capitalismo son los mismos trabajadores quienes cargan con el peso de la recaudación de impuestos; cómo el Impuesto Sobre la Renta (ISR), que lastima sus salarios; el IVA que pagamos por cualquier mercancía; así como los impuestos de servicios básicos que a pesar de pagarlos como el agua y la luz, los financiamos para que las empresas se beneficien y lucren con el permiso del Estado.
Por tanto, cuando un trabajador lucha por mejores condiciones laborales, no solo se enfrenta al capitalista, sino también a leyes que no le favorecen, y cuando estas no son suficientes, está la policía y la cárcel para someterlo. Es necesario que como clase obrera entendamos esto, para luego estar dispuestos a luchar organizadamente por cambiar nuestra situación, primero organizados en sindicatos dispuestos a defender nuestros derechos laborales pero, al mismo tiempo, con miras a formar un partido político compuesto de verdaderos líderes obreros, dispuestos a construir una sociedad más justa y equitativa, dispuestos y preparados para gobernar al país en favor de los trabajadores.