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La cuesta de enero cuesta

Renata Aguilar  

Como todo en el capitalismo, la festividad de la Navidad, más que festejar el nacimiento de Jesucristo, la han convertido en un cuantioso negocio enmascarado de felicidad, pero una felicidad efímera, que se vende, y quién no puede comprarla no puede tenerla. De ahí todo el marketing con que nos bombardean en redes sociales, televisión, radio, espectaculares y en todos los medios de comunicación donde les es posible insertarnos el chip de que necesitamos gastar para ser felices.


En una familia, los padres hacen todo lo que está a su alcance para poder comprarla, sea en forma de juguetes para sus hijos, de ropa para estar acorde con las celebraciones decembrinas, de alimentos para la cena navideña y de alcohol para el festejo; pero como los salarios son tan bajos y el poder adquisitivo ha disminuido radicalmente, no les alcanza, no pueden comprar esa felicidad a pesar de realizar enormes esfuerzos, para ello trabajan horas extras, dejan sus pocos objetos valiosos en casas de empeño y piden préstamos que muchas veces no pueden pagar, todo lo que sea por un instante de felicidad, o al menos es lo que nos ha hecho creer el capitalismo, que la felicidad está en consumir, en comprar mercancías.


De lo anterior se desprende que el mes de diciembre sea el mes en que los mexicanos gastan más, pero particularmente el diciembre pasado, de acuerdo con la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (CONDUSEF), gastaron 20.6% más que el mismo mes del año anterior, usando tarjetas de débito y crédito, esto no porque hayan comprado más cosas, sino por el alto nivel inflacionario. Tan solo la cena navideña tuvo un nivel inflacionario del 20.5%, los juguetes del 30% y la canasta básica del 15.5%.


Cuando llega enero, la burbuja de amor y paz mantenida en diciembre, se revienta, precisamente porque vienen los efectos de los gastos de ese mes, el pago de las deudas y principalmente el aumento general de los precios, la llamada inflación, que en 2022 terminó en 7.82%, el mayor cierre en años y se prevé que siga al alza. Esto manifiesta el fracaso del Paquete Contra la Inflación y Carestía (PACIC) impulsado por el gobierno morenista y de las posteriores modificaciones que no han funcionado, pues los precios de los alimentos y de los servicios siguen aumentando.


La acumulación de estos fenómenos se conoce como cuesta de enero y este 2023 se prevé que cueste mucho más y que sobrepase el primer trimestre del año. Irónicamente, las recomendaciones de los organismos como Banxico, la CONDUSEF y otros, son por demás superficiales: ahorrar, no adquirir más deudas y recortar su presupuesto. No obstante, ninguna de estas sugerencias resuelve el problema, en el fondo solo exhiben la necesidad del cambio de sistema económico a otro que distribuya mejor la riqueza.


Los salarios no alcanzan ni para lo básico y el aumento del 20% que anunciaron con bombo y platillo ya ha sido subsumido por la inflación, cada día hay más pobres en nuestro país y ofensivamente desde el estrado presidencial se acepta que se les mantiene en esta condición de miseria porque se les necesita como estrategia política para poder, mediante el reparto del dinero, tenerlos como voto seguro para el mantenimiento del poder. Tan solo en el tercer trimestre de 2022, el número de personas en situación de pobreza laboral aumentó en 1.4 millones con respecto al trimestre anterior.


Los trabajadores crean la riqueza, pero ésta solo llega a sus manos por lo que se conoce como salario, que representa solo una ínfima parte de la riqueza que produce; al trabajador le correspondería entonces obtener un ingreso mucho mayor, pero el capitalista se lo apropia, es decir, se lo roba. Por tanto, la única manera de solucionar este problema es construyendo un modelo económico que distribuya mejor la riqueza social que se produce y el camino para ello es la organización y la lucha permanente de la clase obrera. De lo contrario, estaremos condenados a aceptar solo las migajas que el patrón nos ofrece por nuestra fuerza de trabajo y con ellas intentar sobrevivir, y en el mejor de los casos, con un gran esfuerzo, tener el ambicioso e inalcanzable propósito de comprar un poco de la “felicidad” empaquetada.


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