Ulises
Bracho
En este
siglo que vivimos aún se arrastra una crisis económica que se manifiesta en una
creciente desigualdad social, es decir, cada día un puñado de familias acapara
exorbitantes cantidades de riqueza mientras millones y millones de personas
viven sumidas en las peores condiciones de existencia, pareciera que cada día
el mundo se enferma de inhumanidad. Sin embargo, desde este seno social surge la
esperanza de que un mundo más justo y equitativo es posible, uno más humano,
con prosperidad y bienestar para todos.
En
este contexto el artista, especialmente el poeta, hombre de este espacio y de
este tiempo, puede adoptar una actitud frente al mundo de dos maneras distintas:
conformarse con lo viejo o luchar por lo nuevo. En estas dos posiciones hay un
mosaico de variantes, pero la actitud puede resumirse en que el poeta puede abrir
los ojos ante el mundo social e interesarse y participar en el proceso de
cambio que se desarrolla, denunciando, exhortando y orientando; o bien, asumir
una actitud individualista de volcarse en sí mismo, dándole un mayor valor a su
intimidad o a sus menguadas relaciones particulares con el mundo externo, poniendo
más interés a su individual universo de sentimientos, reacciones e intereses, creyéndose
independiente y único, o en el peor de los casos, desentendiéndose del espacio
y el tiempo en el que vive.
El
abordar la relación entre el arte y la política supone un problema difícil de
definir, el planteamiento versa en la disyuntiva entre la poesía “pura”, libre
de ideología política, o la poesía “social”, cargada de denuncia y compromiso
con las causas sociales. Esto ha sido un inconveniente para muchos poetas ya
que con frecuencia en la propia academia se ha denigrado lo político como
poesía barata, propagandística y de poco rigor poético. No obstante, la
realidad es que por más que el artista se resista a no asumir una posición política
frente a su realidad concreta, su esfuerzo es inútil porque sucede, como el
abogado y político Carlos Altamirano sostuvo, que “toda poesía es social en la
medida en que sus instrumentos son sociales; en la medida en que supone
prácticas que son sociales; en la medida en que el mundo moral e intelectual de
cualquier texto poético remite a relaciones y experiencias sociales».
En la poesía se sigue presentando este
dilema entre los intelectuales, pero se sabe bien que en el siglo XVIII, por
ejemplo, los artistas de la burguesía europea progresista fueron también
quienes impulsaron las consignas revolucionarias contra el sistema feudal. Y ya
en el siglo XX, a partir de las nuevas condiciones sociales, de nueva cuenta,
basándose en la realidad social que se imponía, los artistas hicieron hincapié en
la creación de una poesía social, más comprometida y contundente que en años
atrás.
Los
poetas conocidos como “La generación del 27” fueron la última vanguardia que
surgió en el centro de los acontecimientos sociales en Europa, sin embargo, fue
hasta 1936 cuando los letrados entraron con más determinación al campo de
batalla de la lucha social, empezando por denunciar, por ejemplo, las
atrocidades de Francisco Franco en España donde ya era imposible no tomar partido,
esto significaba abandonar su zona de
confort, salirse del anonimato o de ser solo admiradores externos de la lucha
civil que se había desatado. Por primera vez los poetas se abandonaron a sí
mismos para respaldar las demandas colectivas, por fin, fue evidente su actitud
de querer sumarse a la tarea de transformar el mundo. Rafael Alberti, Vicente
Aleixandre, Jorge Guillén, Miguel Hernández, León Felipe, entre otros poetas de
talla mundial, se vieron en la necesidad de hacer suyas las causas de los
obreros, campesinos y estudiantes ante la injusticia que les sobrevino por el
asesinato de Federico García Lorca. Fue
pues un golpe poético lo que justificó, a fin de cuentas, esa difícil decisión
que los llevó a compartir su talento y sus esfuerzos con la lucha política que
el pueblo español estaba sufriendo.
No
pocos críticos aceptan que esta fue la más alta experiencia poética que se haya
alcanzado en el mundo de la literatura del siglo XX. No obstante, el poeta Gabriel Celaya insiste
que fue la Guerra Civil Española un hecho social que marcó profundamente a los
poetas, tan distantes de aquellos que en otros tiempos asomaron su voz de
manera tímida y esporádica para apartarse de la rosa sin mancharse las manos
totalmente o siquiera ver los manchones de sangre en las calles. Y de éstos,
solo han quedado sus insistencias en una poesía alejada completamente de los
pesares de la clase obrera. Sumidos en los paisajes y sus delirios, defienden a
ultranza la poesía pura y detestan los poemas que reflejan los problemas del
pueblo trabajador. Hacen escarnio tachando la poesía social como
propagandística y defensora de un sistema político y económico distinto al que
se vive.
En
nuestra experiencia mexicana, Octavio Paz es por antonomasia un referente de esa
concepción pura de la poesía que lo llevó a alejarse de aquellos poetas que
abrazaron desde sus inicios el compromiso social para darle corporeidad poética
al sufrimiento humano como lo fue, por ejemplo, Efraín Huerta, poeta que le
declaró su amor a la Ciudad de México describiendo la desigualdad social: a los
albañiles, a los vagabundos, a los hombres de traje con corbata que hacen
negocios con la pobreza, a los alcohólicos o las prostitutas.
Han
sido, pues, los importantes momentos de la poesía un reflejo de las profundas
coyunturas políticas en el mundo. En Latinoamérica los hubo, tanto en las luchas
de independencia como en las revoluciones, quizá las más relevantes para la
poesía fueron la revolución cubana y la victoria de Salvador Allende en Chile,
en 1970, donde las plumas más consecuentes no se desentendieron de los hechos
históricos ocurridos en sus países. Pablo Neruda es el más destacado y aleccionador,
quien marcó una estética poética trazada con las metas del Partido Comunista de
Chile realizando la labor más difícil de todo poeta: simplificar el hermoso
lenguaje de la poesía para que sea entendido por los mineros, amas de casa y
trabajadores de la clase proletaria, sin dejar de ser una poesía honda. El
poeta, sin embargo, no puede olvidar que la transformación de la realidad social
es tarea de los pueblos, de los marginados, de los obreros y campesinos. En
este sentido resulta inútil pretender convencer a la parte culta y refinada de
la sociedad que aún defiende al régimen burgués de las bondades de la justicia
social y de la revolución.
En
la actualidad, no se han vuelto a presentar acontecimientos tan sangrientos
como lo fueron las guerras mundiales, que marcaron un hito importante en la
poesía. No obstante, el mundo vive en una permanente crisis económica que
lastima ahora a millones de familias pobres en el planeta, incluso, hoy la vida
es más compleja que en años atrás, pero el tema de la explotación, la
desigualdad y la pobreza muy poco les ha interesado a los poetas, sin embargo, en
algunos queda todavía el recuerdo vivo de sus vivencias pasadas. Raúl Zurita
(1950), poeta chileno, aún escribe sobre su experiencia insuperable y trágica que
le tocó vivir en la época de la dictadura de Augusto Pinochet.
Quien enseñará a los poetas a
sensibilizarse de las causas político-sociales del sufrimiento del pueblo
trabajador, es el propio pueblo trabajador, los proletarios de la ciudad y del
campo. A propósito, en una ocasión dijo Raúl Zurita que la poesía es la más
alta creación humana y que su fundamento es la celebración de la vida, pero demasiadas
veces se han tenido que relatar las terribles desgracias de la misma. En este
sentido, la clase proletaria debe salvar a los poetas de su ensimismamiento a
través de su lucha organizada contra las injusticias del sistema capitalista que
ha deshumanizado y empobrecido nuestra vida, para que, en correspondencia, los poetas
líricos utilicen la poesía como arma de sensibilización, denunciando el
sufrimiento del hombre en la sociedad contemporánea a través de un sublime
lenguaje convertido en un canto de justicia social.