Por: Gerardo Almaraz
Hay tardes en que miro
la fresca pintura de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, más conocida
como La Gioconda (La Mona Lisa), de
Leonardo da Vinci, y pienso en esa mirada intensa y prolongada que me
sigue por donde se le mire, así como esa sonrisa sutil que adorna su semblante
que provoca en mí diversas sensaciones difíciles de describir. O a veces,
también me sucede que al caminar por la Ciudad de México encuentro grandes y
altos edificios en que la luz del sol los baña otorgándoles una sombra que hace
resaltar la estructura y la forma que me conmueven. Este placer significante lo
resumo en una palabra: arte.
En varias ocasiones hemos
escuchado la palabra arte, que en términos generales es cualquier actividad
creativa del ser humano en la que se aplican reglas o técnicas específicas. En
este sentido, un campesino que siembra es un artista en el campo de la agronomía,
un obrero que ensambla piezas de autos es también un artista o un cocinero que
es reconocido por tener una excelente sazón decimos es un artista. En fin, todo
lo que es producto de la creatividad humana es considerado como arte.
Sin embargo, no todo lo que es arte por
definición es bello. La belleza es una de las cualidades que poseen los objetos
creados por la naturaleza y por el hombre. Por ejemplo, la naturaleza nos
produce diversas emociones cuando admiramos sus vastos y bellos paisajes: en
una puesta de sol, en un cálido amanecer, en un remanso de agua, en las
profundidades del mar, en la espesura de la selva, en el canto de las aves
multicolores, en fin, en todo lo que no fue creado por la humanidad. Entre
tanto, la música, la poesía, la escultura, la pintura, el cine y demás creaciones
del hombre, también manifiestan belleza.
A diferencia de la
naturaleza, el hombre requiere invertir cierta destreza para conseguir que el objeto
creado contenga belleza, esto lo logra con el manejo magistral de elementos
determinados capaces de producir una obra que, además, provoque emociones
humanas. Dicho de otro modo, una obra de arte pasa por el laboratorio de la cultura,
el cerebro y la sensibilidad del artista; pero el material que éste utiliza no
es una creación del pensamiento propio, sino proviene de algo objetivo, externo
a él, es decir, de la realidad, la piedra de toque de donde provienen y recaen
las fuerzas de su inteligencia, sensibilidad y destreza a fin de obtener una
obra de arte. Así pues, la actividad reiterativa, constante y paciente que, por
ejemplo, nos lleva a elaborar un agradable pastel que nos invita a experimentar
y desarrollar el sentido del gusto y el olfato; del mismo modo una obra
teatral, un cuento, una sinfonía, una escultura, nos generan diversas
sensaciones y emociones, hasta alcanzar un deleite espiritual que gradualmente
transforma nuestra existencia como seres humanos. En suma, a estas actividades
que realiza el hombre con el propósito de crear y expresar su talento y
sensibilidad en torno a su conocimiento e interpretación de la realidad, les
llamamos bellas artes.
Dentro de la clasificación
clásica son cinco las actividades artísticas que se reconocen: la arquitectura,
la escultura, la pintura, la música y la literatura. A las tres primeras se les
conoce como artes plásticas porque
se pueden contemplar con la vista. Es a través de este sentido como es posible establecer
conexión y relación con ellas para conocerlas, estudiarlas y disfrutarlas. Los
ojos son los primeros en recibir el estímulo físico del objeto, este golpe de admiración
nos conduce a la comprensión, la apreciación, y, por tanto, a la pulsión
interna que es capaz de conmovernos. Eso sin sumar la posibilidad de generar reproducciones
emocionales al ser susceptibles de ser palpables.
La arquitectura
es una de las más antiguas creaciones humanas, dedicada a la construcción de
todo tipo de edificaciones. A lo largo de la historia algunas obras se han
erigido como símbolo de una época determinada. Por mencionar alguna, quizás la
más representativa de occidente, tenemos el Partenón
en la Acrópolis de Atenas, dedicado a la diosa Palas Atenea, el cual es
considerado como una de las siete maravillas del mundo antiguo. La arquitectura fue apreciada como una
innovación artística en Grecia, de ahí pasó a Roma, donde se produjeron también
obras muy importantes que después se extendieron sobre todo el planeta.
En
México existen templos y ciudades que nos transportan a otra época, por
ejemplo, el centro histórico de la ciudad de Zacatecas es una muestra
emblemática. La catedral y algunos edificios que la abrazan fueron
construcciones de estilo barroco durante la época de La Colonia en nuestro país.
Este estilo, como concepción espacial, trata de la libertad, del paso de lo estético
a lo dinámico y de la ruptura con el convencionalismo; aquí se prefiere la
línea curva en lugar de la recta y se quiebra la simetría clásica. En él están
presentes efectos de movimiento, dramatismo, cambios de luz y exageración. Este
estilo arquitectónico se mezcló entre la cultura indígena y la española, aunque
su origen es italiano.
Es evidente que, aunque la arquitectura
exige numerosa mano de obra y largos periodos de tiempo para concluirse, es
decir, desde la concepción de la idea hasta su concreción, para que alcance su
pleno desarrollo pueden transcurrir siglos, y que quizá este sea el rasgo más
perceptivo que la diferencia de la escultura y la pintura, sin embargo, los
actuales cimientos arquitectónicos, verdaderas moles de hierro, cristal y hormigón,
gracias al desenvolvimiento de las fuerzas productivas ponen en duda tal
percepción del tiempo pues bajo determinadas condiciones logran erigirse en periodos
muy breves.
La arquitectura hace resplandecer la
belleza de las ciudades. No en pocas ocasiones quedamos atrapados por su
belleza, por aquellos monumentos que imitan la antigua arquitectura griega o
romana llamada neoclásica. El Palacio de
Bellas Artes de la Ciudad de México, por ejemplo, posee muchas reminiscencias
de tal arquitectura que frente al mundo se considera una de las principales edificaciones
representativas de ese estilo en México.
Ahora pensemos en las
catedrales que fueron concebidas a partir de paisajes bíblicos como la Catedral
de Notre Dame o la de Estrasburgo, en Francia. Si alguien tuviera conocimiento
de tales prodigios bíblicos aseguraría un mejor acercamiento o una mejor comprensión
de su valor estético, quizá podríamos ver las imágenes del antiguo libro
traducido y materializado por el arquitecto en un edificio, en algo observable
y palpable. Alcanzar esa magnificencia representativa es en lo que reside la
belleza de esta manifestación artística.
Intentemos el
abordaje de la segunda belleza plástica: la escultura. No es aventurero afirmar
que por lo menos alguna vez en nuestra vida hayan percibido nuestros sentidos
algún producto de este bellísimo arte. Seguramente varias de las esculturas que
conocemos llegaron a nosotros a través de imágenes en los libros. Tan
impresionantes son aquellas que se especializaron en la reproducción del cuerpo
humano, sobre todo las de estilo clásico. En la historia de la evolución de la
escultura no podemos dejar de mencionar cuándo ocurrió su época dorada, el
Renacimiento, empeñada en reproducir el cuerpo humano en diferentes contextos,
actitudes, apuros o condiciones, que siguen impresionando al mundo, muchas
veces superiores a las más modernas manifestaciones, sobre todo porque el
espectador queda en una especie de pasmo, prendido sin siquiera saberlo, debido
al sorprendente grado de virtuosismo y esteticismo de las renacentistas manos
preladas de una absoluta genialidad como lo fueron, por ejemplo, las de Miguel
Ángel, creador de majestuosas e icónicas obras como el David que, en Florencia, Italia, sigue maravillando al mundo.
En la escultura el movimiento
aunque podemos apresurar que es estático, también es cierto que algunos
artistas desafiaron esta posición revolucionando la técnica en favor del cinetismo.
Por ejemplo, en El rapto de Proserpina
de Bernini, la tragedia mitológica nos narra el momento en que Plutón, dios del
inframundo, de manera violenta se lleva a Proserpina (Perséfone en la mitología
griega) a vivir con él. En la escultura de Bernini, los detalles realistas al
estilo barroco sorprenden de sobremanera cuando la mano de Plutón toma el muslo
de Proserpina y sus dedos parecen hundirse en la piel de mármol de la diosa.
Del mismo modo, esforzándose por someterla, los músculos de sus piernas
dobladas y brazos tensos sobresalen, mientras que su cabello y la tela que lo
envuelve acusan al movimiento.
Las diversas
manifestaciones y estilos de la escultura han llegado a crear nuevas corrientes
como la llamada “absoluta creación” que se caracteriza fundamentalmente por utilizar
elementos geométricos con el fin de dar vida a ideas mucho más abstractas; El Caballito, del escultor Sebastián, es
un ejemplo de ello. Aquí es fácil que al mirar la forma de la escultura nos
remita a la del concepto caballo; aunque a veces sin reparar en la obra en su
conjunto podríamos pensar que en realidad se trata de otra cosa. La obra sólo
provoca la idea geométrica de un caballo, pero de ningún modo lo es. La
escultura, igual que las demás artes, transmite ideas y crea emociones cuando
se acerca cada vez más a la perfección estética.
La
pintura ocupa el tercer lugar en estas artes. Como en una fotografía, la
pintura plasma sobre el lienzo el instante que el artista pretende representar.
Los grandes genios nos han asombrado tanto, al punto de sentimos pequeños. Recordemos
la pintura El nacimiento de Venus, se
trata de la representación de la Diosa del Amor, la Afrodita griega, que emerge
de una enorme concha de vieira. Sandro Botticelli, el gran autor de la obra, se
inscribe en la sensibilidad propia del Renacimiento, tiempo en que se renovó la
representación de los mitos de la Antigüedad Clásica y en los cuales se
encuentran verdades escondidas sobre la naturaleza humana. Esto significó una
verdadera defensa del humanismo frente a un pasado oscuro dominado por la
concepción y la estrecha moral religiosa, porque, desafiando las costumbres de
su tiempo, legitimó representaciones impensables para la moral medieval, como
lo era el desnudo femenino completo.
La pintura, como el
resto de las artes plásticas, no puede expresar una historia, algo que se
desarrolle en el tiempo, una emoción que evoluciona o la vida de alguien; es un
instante nada más el que queda petrificado en el tiempo cuando la obra finaliza
o se completa. Sin embargo, existen intentos curiosos y asombrosos que
pretenden contradecir lo dicho, por ejemplo, ahí está La noche estrellada de Vicent van Gogh, en cuyo lienzo se observa
un paisaje cargado de colinas y montañas de curvas poco pronunciadas y un
pueblo lleno de casas, trigales y olivares. Resaltan dos espirales nebulosas
que se abrazan una a otra creando la sensación de movimiento y fluidez, como en
dirección a la luna que se encuentra en la esquina superior y en estado
menguante donde sobresale en tonos amarillos, luminosos y vibrantes, como si
fuera el sol de la noche.
Las artes plásticas
deben estar al alcance del pueblo. Los trabajadores debemos conocerlas,
entenderlas y practicarlas. Hoy día, las artes plásticas se caracterizan por
incluir a todas aquellas manifestaciones artísticas cuyos objetos finales son
susceptibles a la vista y al tacto, lo cual sustenta y constata su objetividad
y la relación de causalidad con la realidad inmediata y trascendente. Es un
hecho que la belleza creada por el hombre y manifiesta en el arte, transforma
nuestra comprensión y percepción de realidad, al mismo tiempo que demuestra la
inagotable capacidad creadora de los seres humanos.