Nelson Kamo
(Primera parte)
El sistema capitalista encamina a la humanidad hacia la mayor catástrofe de su historia. Millones de seres humanos son testigos desolados de la locura y la barbarie que se avecina, quieren luchar por un mundo mejor y es la obligación de los revolucionarios explicar que existe una alternativa y que merece la pena luchar por ella.
El capitalismo no consiste solo en la explotación económica de miles de millones de hombres, por parte de los capitalistas locales y de las multinacionales imperialistas, apropiándose de su fuerza de trabajo y de los recursos que el hombre extrae de la naturaleza con sus manos, sin un pago justo de acuerdo a lo que trabaja. No solo provoca las crisis incesantes, la miseria extendida o la dificultad de millones de personas para acceder a condiciones de vida dignas, con sus consecuencias en forma de enfermedades mentales y suicidios, o de olas de emigrados por razones económicas. El capitalismo engendra las guerras que se suceden una tras otra, con su legado de muerte, destrucción y barbarie. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), a finales de diciembre de 2023 había más de 117.3 millones de desplazados en todo el mundo por razones de guerra y violencia. El cambio climático también es producto de la depredación rapaz de los recursos naturales del planeta por las multinacionales provocada por el ánimo de lucro sin freno de las grandes petroleras –que cierran a la humanidad el acceso a fuentes de energía más baratas y limpias– convirtiéndose en una amenaza inquietante para la vida en el planeta y para nuestra civilización en particular.
Lo indignante es que no existe ninguna justificación para que esto continúe así. Están dadas las condiciones materiales y productivas para establecer un sistema económico capaz de ofrecer un decoroso nivel de vida a la población mundial y desaparecer gradualmente la pobreza y desigualdad que hoy, en general, enfrenta la humanidad y, en particular, la clase trabajadora. Incluso, con una planificación adecuada y las inversiones necesarias a nivel global, en un período relativamente corto de tiempo, sería posible frenar el cambio climático y, eventualmente, revertirlo.
Esto sería posible si al frente de las naciones hubiera genuinos representantes de la clase trabajadora y de las masas oprimidas, sobre la base de una economía colectiva, socialista, enfocada al bienestar social en armonía con un medioambiente sano. Entonces, en poco tiempo, sería posible dar trabajo a todo el mundo, reducir drásticamente la jornada laboral, recibir un salario decente, tener una vivienda y atención sanitaria de máxima calidad para todos, medios públicos de transporte adecuados y socorrer con soluciones permanentes a los pueblos empobrecidos por el imperialismo en África, Asia y Latinoamérica.
Todo esto requeriría tal colaboración fraterna y desinteresada entre los pueblos y los trabajadores de todo el mundo, que se irían reduciendo a la insignificancia las heridas y resquemores de las diferencias y opresiones nacionales del pasado. Tal expansión de la solidaridad, la fraternidad y la movilidad humana haría sentir a todo el mundo, como algo superfluo, la existencia de los Estados nacionales que han dividido a la humanidad hasta ahora en beneficio de los poderosos. Habría una aspiración irrefrenable a borrar fronteras y a unificar todo el planeta en una única sociedad universal de seres humanos.
Frente a lo que ocurría a principios del siglo XIX, cuando los grandes pioneros del pensamiento socialista, como Saint Simón, Fourier y Owen, ideaban sociedades justas gobernadas por el bien común cargadas de utopía (porque aún no estaban dadas las condiciones económicas, técnicas y culturales para llevar sus proyectos a la práctica) hoy ya están dadas tales condiciones materiales para hacerlo realidad.
De lo que se trata es de que la clase obrera, el producto más genuino del sistema capitalista y la columna vertebral sobre la que éste descansa, tome conciencia de esto y se levante de manera organizada y unida para apropiarse de la riqueza social que genera con sus manos y cerebros, para transformar el mundo e inaugurar una nueva y brillante etapa en la historia de la humanidad, en dirección al cambio del modelo económico de explotación por un modelo en el que prevalezca la distribución equitativa de la riqueza, el humanismo y la justicia social.