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Modelo económico

¿Qué modelo económico sigue después del capitalismo?

(Segunda parte)

Nelson kamo

Desde el surgimiento de la propiedad privada de los medios de producción, en el régimen esclavista, hace aproximadamente 12 mil años (tras un período donde se establecieron sociedades sedentarias y la invención de la agricultura y la ganadería), se viene desarrollando una lucha de clases sociales entre los que trabajan y los que viven del trabajo ajeno. Actualmente, bajo el capitalismo, las clases sociales se han simplificado hasta el extremo, fundamentalmente en dos: la clase capitalista, minoritaria, que posee los medios de producción y de cambio (empresas, tierra, comercios, bancos), y la clase obrera, la clase más numerosa de la sociedad, que no posee nada, salvo su fuerza o capacidad de trabajar, misma que vende a los capitalistas a cambio de un salario que le permite adquirir sus precarios medios de vida (alimentos, casa, transporte, etc.).

Carlos Marx también descubrió la plusvalía, la parte de la riqueza que crea el obrero con su trabajo y que se apropia gratis el capitalista, o, dicho en otros términos, el trabajo no pagado al obrero. Al igual que el esclavismo y el feudalismo, el sistema capitalista se revela como un sistema de explotación y opresión, pero ahora como el producto del trabajo se materializa en mercancías y servicios para vender, que son propiedad del capitalista, éste necesita venderlos en masa para apropiarse de la mayor cantidad de plusvalía posible, pues la codicia burguesa no conoce límites.

Así, mientras que el capitalismo ha desarrollado las fuerzas productivas a niveles colosales para amplificar la producción y venta de mercancías como si el mercado fuera infinito, éste finalmente alcanza sus límites y se satura de mercancías, conduciendo de manera periódica a crisis de sobreproducción de mercancías y de sobrecapacidad productiva instalada, con su legado de cierre de empresas, desempleo, recortes sociales, austeridad, pobreza y miseria. A una escala mayor, la competencia imperialista entre las potencias económicamente más poderosas genera un indiscriminado saqueo de los países poco desarrollados y las guerras por el control de nuevos mercados y fuentes de materias primas.

De esta manera, las fuerzas productivas tan colosales creadas por el capitalismo, que podrían servir para satisfacer las necesidades sociales y humanas de toda la población del planeta (8 mil millones), no se han puesto al servicio de quienes producen la riqueza; la contradicción está entre el carácter social de la producción (participan miles y millones de trabajadores en la elaboración, ensamblaje, transporte y venta de mercancías), y el carácter individual de la apropiación de la riqueza obtenida al momento de comercializar los productos (en favor de los dueños de los medios de producción). Luego entonces, para resolver esta contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter individual de la apropiación de la riqueza, se debe instaurar un nuevo sistema económico en donde la apropiación de la riqueza producida por el trabajo colectivo deje de ser individual y adquiera un carácter social. De esta manera, atendiendo a una planeación económica, la producción de bienes y servicios se ajustaría a las necesidades sociales y, consecuentemente, no habría sobreproducción ni necesidad de provocar guerras.

¿Qué papel tiene la clase obrera en la solución de esto?, la clase obrera es el producto más genuino del capitalismo, ocupa entre el 80 y el 90 por ciento de la población económicamente activa en los países capitalistas desarrollados. No solo es la clase social más numerosa, también es la encargada de garantizar que la sociedad moderna funcione todos los días. Sin trabajadores no se mueve una rueda, ni se enciende una luz. No obstante, los trabajadores asalariados no aspiran al lucro egoísta, como ocurre con el empresario, el tendero, el campesino rico o el usurero, sino que aspiran a que se les retribuya con un ingreso digno, a obtener mejores condiciones de vida para su familia y a seguir laborando colectivamente con sus compañeros de trabajo. Por tanto, la propiedad social de los medios de producción se adecúa a sus aspiraciones de clase.

Careciendo de la codicia individualista del capitalista, la clase obrera es la más interesada en el bien común: en que con abundancia existan viviendas, escuelas, hospitales, caminos, infraestructura, cultura y bienestar social para todos en un medioambiente sano. La rapiña y la opresión, en cambio, son inherentes a clases y sistemas sociales que lucran explotando a otros, es el modo de vida de las clases propietarias, como la clase capitalista y la pequeña burguesía adinerada, no importa a qué costo. De modo que la clase obrera es el factor que, si adquiere consciencia de su papel histórico, puede y debe dirigir la lucha por el cambio del sistema capitalista de explotación por un nuevo sistema socialista de cooperación para, posteriormente, edificar una sociedad cada vez más justa en el comunismo.

Hay que decir que, aunque no lo quiera, el capitalismo está preparando las condiciones materiales de la futura sociedad comunista. Además de los centros de trabajo donde laboran en común decenas, cientos, y miles de obreros, también vivimos agrupados en barrios, tenemos sistemas de transporte, de salud y de educación que son públicos, un incipiente –e insatisfactorio– sistema de atención a personas dependientes, un sistema común de redes y protocolos de telecomunicaciones, de recogida de residuos, de provisión de electricidad y energía, grandes supermercados e hipermercados para adquirir nuestros medios de vida, etc. La actividad humana tiende pues a socializarse. Vemos así que la propia producción capitalista crea las condiciones materiales para el establecimiento de un sistema de producción superior, el socialismo, al frente del cual debe situarse la clase obrera.

Los trabajadores necesariamente debemos basarnos en la acción colectiva, en la solidaridad, la fraternidad y la unión, para conseguir nuestras legítimas reivindicaciones laborales y sociales. Como clase oprimida tiende a desarrollar un sentimiento instintivo contra la injusticia y el sufrimiento humano, y sus relaciones personales tienden, más que en cualquier otra clase social, a estar desprovistas de cualquier interés mezquino.

Pero el comunismo no puede implantarse automáticamente al día siguiente de la toma del poder político (revolución socialista), tras el desmantelamiento del viejo aparato de Estado burgués. Se necesita una etapa de transición entre el derrumbamiento del capitalismo y la construcción del comunismo: esa etapa es el socialismo, cuya duración no es posible fijar de antemano. Se necesita este período transitorio para poner orden en el caos legado por el capitalismo: reorganizar la economía, las sociedades y el medioambiente; distribuir los recursos y planificar la producción a escala planetaria para incrementar las fuerzas productivas a tal nivel de desarrollo, con la introducción de toda la tecnología disponible, que nos permita alcanzar la aspiración revolucionaria que proclama: “De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades”.

Como vemos, el comunismo no es una panacea social inventada para terminar con las injusticias de este mundo. No nace solo de una aspiración personal o moral. La lucha por el comunismo nace del progreso mismo de la sociedad moderna, de la comprensión de las leyes del desarrollo social que empujan, cada vez con mayor fuerza, a sustituir el capitalismo explotador por un sistema de organización humana más elevado y avanzado, donde el ser humano se desarrolle en todos los aspectos de su vida.

La clase trabajadora debe educarse, organizarse y luchar por construir una sociedad más justa, prepararse para que, llegado el momento, pueda desempeñar con responsabilidad y eficacia las tareas que demande la nueva sociedad. Un mundo mejor es posible.

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