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Sobre la transición del campesino a obrero

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En muchas regiones rurales de nuestro México se sigue efectuando una transición muy concreta de los trabajadores que ya ha ocurrido en repetidas ocasiones en otros países en diversas épocas: la conversión del campesino a obrero.

Sergio Cadena.

En muchas regiones rurales de nuestro México se sigue efectuando una transición muy concreta de los trabajadores que ya ha ocurrido en repetidas ocasiones en otros países en diversas épocas: la conversión del campesino a obrero. Dicho proceso, en el fondo, no es más que la transformación de los pequeños propietarios en proletarios. Lo más frecuente es que transcurre de manera lenta, durante varios años y, a veces, hasta en más de una década. Comienza cuando al campesino le va relativamente bien y, por tanto, se dedica al cien por ciento a las labores del campo. Pero basta un año de sequía o una helada para que, lo que parecía estable, se altere y modifique. Es entonces cuando el campesino, al no obtener ningún ingreso por la pérdida de su cosecha, se ve obligado a alquilar su fuerza de trabajo, ya sea en el campo como jornalero, o en alguna fábrica como obrero. Pero como sigue con la esperanza de que en la próxima temporada de siembra ahora sí le vaya bien con el cultivo de sus dos o tres hectáreas, decide dedicarle algunos meses al trabajo propio de un campesino y el resto del año al trabajo en fábricas. 

 

En esta etapa es cuando la mayoría de los trabajadores reflexionan acerca de los pros y los contras de cada una de esas fases. Y comentan: “como campesino tengo libertad para decidir mi horario de trabajo, pero se trabaja mucho más de 8 horas y se depende de los caprichos del clima. Como obrero tengo que obedecer al patrón o a alguien designado por él, aunque sólo trabajo 8 horas, el salario es una entrada segura y me veo forzado a aprender, ya sea por el cambio de herramientas y maquinaria o por los cambios de puesto en la cadena de producción”.

 

Pero el tiempo sigue su paso inexorablemente y, más temprano que tarde, llega la tercera etapa. El trabajador en metamorfosis llega a ella obligado por las circunstancias y no porque así lo haya decidido voluntariamente. Resulta que los fracasos en el campo se repiten una y otra vez y, ante la falta de apoyo gubernamental, finalmente decide abandonar el trabajo de sus tierras y dedicarse a la producción fabril.

 

Es por ello que desde el último cuarto del siglo pasado el campo ha sido abandonado gradualmente. En cambio, la producción fabril se ha incrementado de manera acelerada. Y es que este fenómeno económico, no es más que la forma en que se manifiesta una de las leyes del capitalismo descubiertas por Marx: que la gran industria acaba con la mediana y, sobre todo, con la pequeña producción, ya sea agrícola o artesanal.

 

Queda claro que, de los pros y los contras de cada una de las fases mencionadas, la del obrero es la más progresista porque es la que le abre todo un abanico de posibilidades hacia un futuro luminoso al forzarlo a un constante y profundo proceso de aprendizaje, de desarrollo y superación integral. Sólo falta mencionar un pequeño “detalle”, que es clave, para que esto último no sólo se haga realidad, sino para que sus bondades se puedan potenciar hasta el infinito: la liberación de la esclavitud asalariada, es decir, de la explotación patronal. Y esto último no podrá conseguirlo más que con la toma del poder político y, con ello, la de su destino. 

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