Ricardo
Torres
El surgimiento de la pandemia de covid-19 ha sido un
acontecimiento devastador, basta con revisar solo algunas cifras: en el
continente asiático suman más de 22 millones de contagios, destacando India con
11 millones y 156 mil fallecidos, Rusia con 4 millones de contagios y 83 mil fallecidos
e Irán con 1 millón y medio de contagios y 59 mil fallecidos; en Europa suman
más de 36 millones de contagios destacando Reino Unido con 4 millones y 120 mil
fallecidos, Francia con 3 millones y medio de contagios y 84 mil fallecidos, y
España con 3 millones de contagios y 67 mil fallecidos; en África suman más de
3 millones y medio de contagios, destacando Sudáfrica con 1 millón y medio y 49
mil fallecimientos; en América suman más de 50 millones de contagios,
destacando Estados Unidos con 28 millones y 502 mil fallecidos, Brasil con 10
millones de contagios y 248 mil fallecidos, y México con más de 2 millones de
contagios y 181 mil fallecidos. En suma, después de un año del surgimiento de la pandemia, para finales de
febrero de 2021, el número oficial de contagios reportados por la Organización
Mundial de la Salud (OMS) era superior a los 112 millones de personas con un
lamentable saldo de más de 2 millones 400 mil fallecidos. Una verdadera
hecatombe mundial que, inevitablemente, arrastra consigo la agudización de una
crisis económica sin precedente en la historia moderna.
Desde el momento de la aparición del coronavirus
SARS-CoV-2, los países capitalistas más desarrollados y aquellos otros donde la
salud pública sí es una prioridad para el Estado, se lanzaron a la tarea
vertiginosa de crear una vacuna que lograra combatir exitosamente al
coronavirus, es decir, crear un medicamento que active el sistema inmunológico
de los individuos para que las defensas naturales del organismo estén en
condiciones de producir los anticuerpos necesarios para resistir la presencia
del covid-19. Por primera vez en la historia de la humanidad y a una velocidad
insospechada, las mujeres y hombres más preparados de la comunidad científica
en todo el planeta, utilizando distintas tecnologías, fórmulas y mecanismos,
aplicaron y siguen aplicando todo su conocimiento para encontrar y perfeccionar
dicha vacuna. Hasta el momento las principales vacunas acreditadas por la OMS
para su uso de emergencia son: Sputnik V (Rusia), CanSino, Sinopharm y Sinovac
(China), Pfizer/BioNTech (Estados Unidos y Alemania), Moderna (Estados Unidos),
Oxford/AstraZeneca (Reino Unido), Covaxin (India) y Soberana 01 y 02 que en
Cuba han entrado a la recta final de sus ensayos clínicos. Como vemos, lejos de
amuletos, escapularios y “detentes” propios del obscurantismo medieval, la
ciencia moderna demuestra a pasos agigantados su importancia como herramienta eficaz
para conocer la realidad y transformarla en beneficio de la humanidad entera.
La creación de dichas vacunas se convirtió en un avance
científico esperanzador para los más de 7 mil 700 millones de habitantes que poblamos
el planeta. Después de un año marcado por la pandemia y la muerte, por fin se
vislumbró una luz al final del túnel: restaba tan solo esperar la producción,
distribución y aplicación masiva de las vacunas, comenzando con los
profesionales de la salud y la población más vulnerable, para que la humanidad
dejara atrás este momento de espeluznante mortandad provocado por la pandemia y
concentrara entonces sus esfuerzos en la atención de los problemas económicos,
la pobreza y la desigualdad social. La OMS en alianza con la Coalición para la
Promoción de Innovaciones en pro de la Preparación ante Epidemias, así como con
la Alianza Gavi para las Vacunas, impulsan un Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19, denominado
COVAX, para establecer mundialmente un acceso justo y equitativo a las vacunas
contra covid-19, iniciativa globalizadora a la que están adheridas más de 170
naciones.
No obstante, la humanidad entera enfrenta ahora otro
problema: la producción, compre-venta y distribución de las vacunas bajo el
régimen capitalista. Hecho que muestra de manera transparente el verdadero
rostro de un régimen económico cruel, inhumano y clasista, dónde el dinero y la
ganancia están por encima de la vida de las personas. Hoy observamos que los
países ricos están ignorando el programa COVAX de distribución equitativa y,
por el contrario, están acaparando la mayor parte de la producción de vacunas a
través de contratos comerciales directos con las empresas farmacéuticas. Un
estudio realizado por la Universidad de Duke, en Estados Unidos, sobre la
distribución de vacunas a nivel global, señala que los países ricos que
conforman el 16 por ciento de la población mundial han acaparado más del 60 por
ciento de la producción de la vacuna para el 2021, lo que a corto plazo significa
que los países pobres no tendrán acceso a las vacunas en este año, provocando
con ello que se siga propagando el coronavirus en buena parte del planeta, que
sigan desarrollándose nuevas cepas (algunas que incluso en un futuro cercano podrían
escapar a la eficacia de las recientes vacunas), que continúe creciendo el
número de fallecimientos con el profundo dolor que generan en millones de
familias y, finalmente, que la economía mundial no logre recuperarse de esta
prolongada crisis, es decir, que se acreciente aún más la pobreza y la
desigualdad en el planeta.
Al respecto, las declaraciones de Tedros Adhanon
Gebreyesus, Director de la OMS, el pasado 18 de enero, son elocuentes: “Hasta
el presente se han administrado más de 39 millones de dosis de vacunas en al
menos 49 países ricos. Solo 25 dosis se han repartido en un país pobre. No 25 millones; no 25.000; solo 25. Debo
ser franco: el mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico, y el
precio de ese fracaso se pagará en vidas y medios de subsistencia en los países
más pobres del mundo […] Este enfoque egoísta no sólo pone en peligro a los más
pobres y vulnerables del mundo, sino que también está condenado al fracaso […] Estas
acciones sólo prolongarán la pandemia y nuestro sufrimiento, así como las
restricciones necesarias para contenerla […] Aun cuando hablan el idioma del
acceso equitativo, algunos países y empresas siguen dando prioridad a los
acuerdos bilaterales, sorteando el COVAX, haciendo subir los precios e
intentando ponerse al principio de la cola. Eso es un error. El año pasado se
firmaron 44 acuerdos bilaterales, y este año ya se han firmado al menos 12. La
situación se ve agravada por el hecho de que la mayoría de los fabricantes han
priorizado la aprobación reglamentaria en los países ricos, donde los
beneficios son mayores, en vez de presentar documentación completa a la OMS.
Esto podría retrasar las entregas al COVAX y generar, precisamente, la
situación que ese mecanismo procura evitar, o sea el acaparamiento, el caos del
mercado, una respuesta descoordinada y un constante trastorno social y
económico […] La equidad en lo concerniente a las vacunas no es solo un
imperativo moral, es un imperativo estratégico y económico.”
Como
podemos observar, a pesar de que la comunidad científica está encontrando nuevas
alternativas de solución para resolver la contingencia sanitaria mundial provocada
por el covid-19, los viejos mecanismos de funcionamiento del régimen
capitalista, egoístas y mercantiles, se imponen y frenan el beneficio de la
población mundial, colocando el interés del capital y la ganancia por encima de
del interés de la vida misma de los seres humanos. Esto se explica porque en
una economía de libre mercado, atada a la oferta y la demanda, los medios para
producir mercancías -al ser propiedad privada- obedecen no al interés del bien
social sino al insaciable interés de ganancia de los propietarios privados de
dichos medios, de los dueños del capital, es decir, que los principales
propietarios de la industria farmacéutica, los productores de vacunas en los
países capitalistas, son finalmente quienes, en interés de obtener el máximo de
ganancia para sus bolsillos, desestiman la importancia del mecanismo COVAX,
establecen contratos bilaterales con los países ricos y son los principales responsables
de la mala distribución de la vacuna y su desmedido acaparamiento.
Los trabajadores
debemos observar con atención estos hechos para comprender que la comunidad
científica y médica está cumpliendo su papel, que el personal hospitalario
enfrenta estoica y diariamente la virulencia mortal del covid-19, que miles y
miles de seres humanos seguirán contagiándose y muriendo en el mundo porque al
régimen de producción y distribución capitalista no le interesa la salud y la
vida de los pueblos pobres, porque el capitalismo no entiende de cooperación y compromiso
colectivo. Hoy la humanidad enfrenta no solo al nuevo problema SARS-CoV-2, sino
un problema todavía mayor: el viejo régimen capitalista.
En
este sentido, los trabajadores de México debemos observar con atención lo que,
contrariamente, está ocurriendo en países socialistas como Cuba donde la
industria farmacéutica no es propiedad privada sino una propiedad social
administrada por el Estado: una nación que, a pesar de estar sometida a un
criminal bloqueo económico, comercial y financiero, desde hace más de 60 años
bajo el acoso del Gobierno norteamericano, hoy en el terreno de la salud
pública sigue dando lecciones al mundo de progreso y humanismo: hasta el
momento registra tan solo 318 muertos durante la pandemia; mantiene a más de 28
mil profesionales de la salud combatiendo al covid-19 y muchas otras
enfermedades en cerca de 60 países de Europa, África, Medio Oriente, América
Latina y el Caribe; y debido a su vigorosa industria biotecnológica y
farmacéutica, trabaja sin descanso para ofrecer a su pueblo y a los pueblos del
orbe, las vacunas cubanas contra el covid-19, Soberanas 01 y 02, que, como ya se mencionó,
se encuentran en la recta final de sus ensayos clínicos avalados por la OMS.
En México
y el mundo se requieren vacunas suficientes para enfrentar la pandemia del
covid-19, sin embargo, bajo el régimen capitalista, como lo estamos comprobando
y al paso que vamos, esta urgente tarea tardará varios años y costará todavía
millones de vidas más. Lo que debemos destacar es que en este momento el
problema ya no es el descubrimiento y creación de vacunas, sino la distribución
de las mismas. De igual manera, la desigualdad y pobreza en el mundo no obedece
a la falta de producción de riqueza social sino a la falta de una distribución equitativa
de la misma. El problema de fondo está pues en el funcionamiento del régimen
capitalista.
En
suma, los pueblos del mundo debemos construir
un nuevo modelo económico que supere al viejo régimen capitalista, un
nuevo régimen económico, político y social que procure una distribución más
equitativa de la riqueza social, un nuevo régimen económico en donde, de manera
especial y con base a la terrible experiencia que hoy vivimos con la aparición
del SARS-CoV-2, se respete el derecho a la salud y a la vida de los pueblos del
mundo, en donde, la salud no dependa más de los fríos intereses económicos de los
dueños de las empresas farmacéuticas y del capital. Construir este nuevo modelo
económico depende de la unidad, organización y educación del pueblo trabajador.
Una tarea prolongada y compleja, cierto, pero posible.